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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Nunca he sido un asiduo admirador del futbolista portugués Cristiano Ronaldo, todavía capitán y emblema de la selección del fado en la Eurocopa que se desarrolla actualmente en Alemania. Siempre juzgué su estilo de liderazgo actuado, excesivo y gritón…, con demasiado protagonismo de por medio. Recuerdo verlo en directo dando órdenes y desautorizando a Fernando Santos, técnico de Portugal, como si fuera el único responsable de la escuadra o algo similar; no en vano un impresentable expresidente de la FIFA, Joseph Blatter, se atrevió a imitarlo en público y llamarle en tono peyorativo “comandante”, por su disciplinada ambición. Eso sí: que a uno no le guste el modo del Ronaldo madeirense no significa que él no merezca el respeto reservado a los más grandes.


A Blatter le tocó disculparse en su momento, presionado por el Real Madrid, entonces club del lusitano, antes de pasar al justo olvido y ser absuelto por corrupción en Suiza. Por otro lado, aquel mismo Fernando Santos después reubicó a Ronaldo en el banco del cuadro nacional, durante el Mundial de Catar, a lo mejor prevalido de la sobreviniente opacidad de la estrella, o tal vez porque en verdad el físico del jugador, o su nivel, ya no daban para mucho más. Puede que con esto en mente, el nuevo seleccionador de Portugal, Roberto Martínez, a pesar de llamarlo y hacerlo jugar, le impusiera cláusulas de concentración hotelera bien diferentes de las habituales para el caudillo de los lusos; y esto, a su vez, quizás ha podido determinar lo imprevisible al interior del vestuario.

Portugal ya ha clasificado a los octavos de final de la Euro, a partir de dos victorias consecutivas en las que Cristiano Ronaldo aportó su fútbol desde el ataque, y como titular. Ello ha templado los ánimos dentro de un conjunto roto, en el que uno de los futbolistas habló de más en una entrevista, dejando ver que hay cierto descontento sordo con ese inri de Cristiano como el indispensable de la selección. Las escenas posteriores al primer partido mostraron que el quiebre era real, que el ascendiente del curtido goleador sobre los elementos más recientes se ha desvanecido, y que el asunto ha avanzado tanto que incluso algunos parecen evitarlo en el trato cuando el cronómetro está parado. Ronaldo da la imagen de responder con fútbol, con vergüenza deportiva, en silencio.

A los treinta y nueve años, resteándose en el áureo desierto saudí, el delantero ya no es el que era. Sus amagues se ven previsibles para las defensas; su velocidad y potencia han decrecido; sus disparos precisos, antes quemantes, ya no sorprenden a los porteros. ¿Qué queda del pasado glorioso? La experiencia, el conocimiento, el recuerdo de los trucos para usar dentro de la cancha, la memoria muscular, la costumbre de anotar goles…; medallas que saben a poco para ostentar ante a un defensor quince años más joven, fuerte y rápido. En realidad, con CR7 permanece el corazón que lo hizo salir de la pobreza, a buen seguro entrenado por él para este momento: cada partido del Comandante es hoy una batalla que libra en soledad contra su cuerpo; mientras cada pelota peleada, y cada gol buscado, disimulan mal la saudade inmersa en el vano intento de echar el tiempo atrás.