La hipersensibilidad por el gasto público

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En abril de 2021 el ex ministro de hacienda Alberto Carrasquilla dijo en una entrevista que 12 huevos costaban 1.800 pesos y provocó no solo que su nefasta reforma tributaria se cayera, sino una de las movilizaciones sociales más grandes de la historia reciente de Colombia. Que hace dos años la gente saliera a las calles, en medio de una pandemia, a gritar decenas de consignas y a expresar su rabia con los gobernantes de turno claramente fue un fenómeno que va más allá de la equivocación de un ministro indolente e ignorante. Pero, sin duda, sí que fue la gota que rebosó el vaso. No hay nada que empute más a la gente que los políticos no comprendan las dimensiones económicas de los más desfavorecidos; que no sepan qué vale un huevo, que se gasten cientos y miles de millones en nimiedades mientras la pobreza se expande sin control. 

En los últimos años hemos sido espectadores de una hipersensibilidad política por el gasto público. En Colombia esta hipersensibilidad viene de hace varios años, desde cuando Santos se gastó miles de millones en las negociaciones de paz en La Habana y gran parte de la discusión giró justamente en la cuantía en pesos de este proceso. Se afianzó con el gobierno de Duque, cuando, por ejemplo, sin descaro alguno, delineó políticas macroeconómicas para favorecer a los bancos en detrimento de la población que estaba hambrienta por la crisis económica generada por la pandemia y cuando, en vez de ampliar la cobertura de los paupérrimos subsidios que dio, decidió invertir plata en su propio programa de televisión. 

Petro ganó, en parte, porque prometió cambiar esta situación y hacer una mejor distribución del gasto público. En esta dirección se encamina este gobierno, que aún le falta mucho por recorrer. Sin embargo, la hipersensibilidad por el gasto público no tiene que ver exclusivamente con las decisiones macroeconómicas; este fenómeno, por el contrario, opera en una escala cotidiana, en situaciones más propensas al escándalo, no tanto en políticas de Estado, sino en casos individuales de arribismo y de gasto que resultan excesivos. Así como con Carrasquilla, la gente no perdona que los gobernantes, sean quienes sean, utilicen los recursos del erario para gastos suntuosos que solo benefician a unos pocos. 

El primer escándalo del gobierno actual sobre este asunto fue la compra de unos plumones de ganso para la Casa de Nariño. Le siguieron los costosos viajes de la primera dama, que ha visitado varios países y ha viaticado con holgura y por último se encuentran los recientes hechos en donde la vicepresidenta Francia Márquez hace uso constante de helicópteros de la fuerza pública para sus desplazamientos de la casa a la oficina. Hay otros escándalos parecidos a estos y seguro vendrán más. Escándalos que, a la larga, no son grandes hechos de corrupción, pues la plata que se gastan ahí es realmente poca si se compara con el gasto público para mantener todo el aparato burocrático del Estado. Ese dinero es una bobadita si se coteja, esta vez, con todos los billones que se han robado en corrupción. 

Pero no es una bobada en términos de las nuevas sensibilidades políticas del mundo contemporáneo. La vigilancia de este tipo de gasto público, producto en gran parte por el influjo de las redes sociales, opera como la antípoda a la desafección por la política. A la gente poco le interesa el mundo de los detalles del gobierno y la política, y cuando lo hace, lo hace para señalar las prácticas de gasto público injustificadas. Este tipo de escándalos interpelan con fuerza las subjetividades ciudadanas y movilizan opiniones, emocionalidades y procesos políticos importantes.

El gobierno de Petro puede verse (y ya se está viendo) seriamente afectado si no atiende a esas formas; si no comprende que en las democracias actuales pesan tanto la redistribución de la riqueza como la redistribución de los privilegios, pesa por igual tanto la lucha contra la pobreza como la lucha contra la riqueza, que el problema no son solo los millones que se pierden en la corrupción, sino el descaro público de usufructuarlos y restregárselos a los demás. ¿De dónde viene esta hipersensibilidad por el gasto público? En una próxima columna intentaré elaborar una respuesta.



Escrito por:
Alvaro Acosta Maldonado
Autor: Alvaro Acosta Maldonado
Bloguero de EL INFORMADOR