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Israel y Palestina 76 años después

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Luis Tabares Agudelo

Luis Tabares Agudelo

Columna: Opinión

e-mail: tabaresluis@coruniamericana.edu.co


Desde la profundidad del sufrimiento del pueblo palestino por las consecuencias devastadoras de la ocupación y las heridas que los marcan, se pueden presentar miles de testimonios de la urgencia inaplazable para que pare de una vez por todas esta guerra religiosa y territorial.

Muchas veces se pierden las esperanzas y sueños por la pérdida de seres queridos sepultados bajo los hogares destruidos por bombas y maquinarias de guerra. Desde el sufrimiento por las vidas que fueron arrebatadas por un conflicto que parece no reconocer la humanidad de aquellos que considera sus adversarios, surge la sed de venganza que lo convierte en un círculo vicioso.

La ocupación ha desgarrado el tejido de la comunidad palestina, ha convertido la tierra en un campo de batalla y las vidas en una lucha constante por la supervivencia. La justicia para el pueblo no es solo una cuestión de reconocimiento internacional o de resoluciones políticas; es una necesidad humana fundamental, un requisito indispensable para la paz y la coexistencia.

Desde la perspectiva del pueblo israelí, cuya vida ha sido marcada por la guerra y el dolor de perder seres queridos producto de las acciones bélicas de Hamás, reconocen que este conflicto, con sus raíces profundas y su historia larga y complicada, ha infligido sufrimiento a todos.

No obstante, intuyo también que comprenden que la paz no se logra únicamente con medidas de seguridad y respuestas militares. La paz requiere de valentía, de la capacidad de mirar más allá del dolor personal y reconocer la humanidad en aquellos que comparten un territorio, aunque desde perspectivas religiosas diferentes.

Se que muchos sueñan con el silencio de los fusiles y bombas y con un futuro en el que los niños israelíes y palestinos puedan crecer juntos, libres del miedo y de la sombra de la guerra, donde la educación y el respeto mutuo reemplacen al odio y la desconfianza. La construcción de este futuro implica reconocer el dolor y las pérdidas de ambos lados.

La solución más acertada al conflicto dada su complejidad histórica, religiosa, política y social requiere de un enfoque multifacético que aborde las raíces profundas y las múltiples dimensiones de la disputa. Y, aunque no hay una solución única que garantice el éxito, propongo una combinación de estrategias que podría ofrecer el camino más prometedor hacia una paz duradera:

Esta implica la creación del estado soberano e independiente de Palestina. Con fronteras seguras y reconocidas internacionalmente, con posibles intercambios de tierras mutuamente acordados. Jerusalén podría servir como capital de ambos estados, con arreglos especiales para asegurar el acceso y la administración de los lugares sagrados.

Cómo la seguridad es una preocupación primordial para ambas partes, un acuerdo debe incluir garantías de seguridad robustas, que pueden incluir la presencia de una fuerza de paz internacional y sistemas de vigilancia y verificación. La cooperación en seguridad entre Israel y Palestina será crucial, junto con el compromiso de combatir el terrorismo y prevenir la violencia. Y, los asuntos más difíciles y divisivos, como el estatus de Jerusalén, los asentamientos, los refugiados palestinos y las fronteras, deben abordarse directamente en las negociaciones.

El apoyo, la mediación y la inversión de la comunidad internacional son fundamentales para ayudar a ambas partes a alcanzar y sostener un acuerdo de paz. Esto incluye el apoyo económico para la reconstrucción y el desarrollo de Palestina, así como garantías de seguridad para Israel. La participación activa de actores internacionales puede ofrecer garantías a ambas partes y ayudar a gestionar y supervisar la implementación.

Para concluir, la solución más acertada es aquella que reconoce la legitimidad y las aspiraciones de ambos pueblos, asegurando su derecho a vivir en paz y seguridad. Este camino no será fácil y requerirá compromisos difíciles. Por todo lo anterior, también propongo desde la academia darle un papel preponderante a la mujer, ellas como eternas victimas podrían aportar a la solución. Por último, países como Colombia, Noruega y Sudáfrica podrían servir como veedores y garantes.