Ambigüedades intrínsecamente contradictorias

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



“Viewer discretion is advised” es el aviso con que la industria audiovisual gringa suele descargar la responsabilidad de decidir, en sus propios padres, si los menores espectadores pueden ver una película o serie televisiva. Pese a las diferencias entre las legislaciones de familia, siempre existirán regulaciones coincidentes. De modo que aquella leyenda fue traída al país, y luego vertida, aunque con variantes: “Se recomienda discreción”. Sin embargo, no era discreción lo sugerido originalmente, sino discrecionalidad, es decir, usar la libertad de disponer sobre la crianza de los hijos; no se trataba de una sosa admonición de prudencia. ¿De qué serviría ser prudente en el contexto mencionado? Ahora bien, esto nada tiene que ver con ignorancia o pereza de diccionario, y sí con viveza: si la frase yanqui es tergiversable en su traducción, ¿por qué arriesgarse a perder audiencia infantil?

Hablando de diccionarios, el de la lengua española dice que se usa el término “moqueta” para designar una tela de lana de la que se hacen, entre otras cosas, las alfombras; y con las alfombras, señala detalladamente el gran libro, se cubren pisos y escaleras “para abrigo y adorno”. O sea, una moqueta precedería a una alfombra. Siendo esto así, ¿por qué en los libros editados en España se encuentra uno con que los dos vocablos son intercambiables, e incluso se le da preferencia a “moqueta” sobre “alfombra”, si no significan fielmente lo mismo? Podría pensarse que quizás allá perviven quienes quisieran olvidar su evidentísimo pasado mozárabe en favor de un afrancesamiento tardío y europeísta, puesto que la primera palabra viene de “moquette” y la segunda de “alhánbal”.

A propósito de Europa: hace poco oí de una casona en el Teusaquillo bogotano en la que¬¬¬¬, conjeturan, Adolfo Hitler, dizque evadido de sus pilatunas en aquel continente, gozó de una apacible temporada. No a muchas cuadras de allí está la Nunciatura Apostólica, y, en esa misma silenciosa calle, en una esquina, la residencia de estilo inglés de Laureano Gómez, que es hoy una universidad. También supe recientemente que la casa contigua a la del líder conservador, adosada mirando al norte, y a lo mejor rediseñada por un mafioso setentero (vaya fachada vítreo-marmórea), perteneció a Gustavo Rojas Pinilla, ignoro si en algún momento posterior a 1953, año del golpe, y antes de 1965, cuando la muerte de Gómez. Así que me pregunto si derrocador y derrocado alcanzaron a ser vecinos. Tampoco sé si en abril de 1948 Laureano vivía por ahí, ni si en abril de 1970 lo hacía el general.

En cuanto a la actualidad política, tendría que intentar desambiguar la contradicción inherente al jefe de Estado, que cree que serlo en Colombia es mandar a las tres ramas del poder público, y de paso a los órganos autónomos; o insinuar mamasantonamente que su persona encarna al pueblo y que por eso no se puede protestar con rabia en su contra (o contra el “despelote” nacional, como en un mañoso editorial El Espectador quiso distraer la bronca); o ya pasarse toda una vida atacando el autoritarismo de la oficina de redacción de ese Estado para, una vez hospedado en él, hacerse más autoritario que sus precursores, al esgrimir razones que bien parecen los móviles de una venganza.